20100206

Polonia: Auschwitz (2ª Parte)

Continúa el relato sobre el campo de concentración y exterminio de Auschwitz-Birkenau, a pocos kilómetros de la ciudad polaca de Cracovia, donde durante la II Guerra Mundial se desarrolló el mayor proceso de muerte industrializada de todos los tiempos.



II.- Auschwitz: Campo de Exterminio

A finales de 1941, el campo de concentración de Auschwitz cumplía sus funciones a pleno rendimiento: los trabajos forzosos que los presos realizaban en los talleres industriales colindantes, principalmente producción militar y química, redundaba muy positivamente en las arcas del III Reich. El ritmo extenuante, las enfermedades, los castigos y las ejecuciones arbitrarias provocaban que la mortalidad entre los prisioneros fuese muy alta. No importaba, las bajas rápidamente eran remplazadas con las nuevas remesas que llegaban, ya no solo de Polonia, sino también de otros países europeos.

En ese momento se decidió la ampliación de las instalaciones para explotar económicamente a los miles de prisioneros de guerra que llegaban de La Unión Soviética. A tres kilómetros de Auschwitz, en una zona de terreno pantanoso llamada Brezinka se desalojaron y derribaron las casas de la población polaca y se empezó la construcción de un segundo campo, al que los alemanes llamaron Birkenau.



Birkenau debía superar con creces la extensión y capacidad del campo madre, si Auschwitz I albergaba entre doce y veinte mil prisioneros aproximadamente, Auschwitz II-Birkenau debía tener capacidad para cien mil. Esa cifra tan elevada provocó un problema de espacio a los arquitectos a la hora de diseñar los barracones, problema que no consiguieron solucionar ni siquiera asignando el espacio que normalmente ocuparían tres presos a nueve, por lo que finalmente se optó por colocar a cuatro hombres por cada litera de madera, logrando así que en cada barracón se pudiesen hacinar cerca de setecientas cincuenta personas. Detalles como revestimientos contra el frío, agua o instalaciones sanitarias fueron omitidas deliberadamente, por lo que las enfermedades, los insectos y las ratas ocuparían rápidamente el poco espacio libre que pudiera quedar.



En estas condiciones, no es de extrañar que de los diez mil prisioneros soviéticos que comenzaron la construcción de Birkenau en aquel otoño, apenas unos cientos llegaran con vida a la primavera siguiente. La esperanza de vida allí no solía superar las dos o tres semanas…


Mientras, en Alemania, a Hitler se le planteaba la duda de qué hacer con los miles de judíos alemanes que allí vivían. Estaban mal vistos por los dirigentes nazis, pues no participaban como valientes soldados en la guerra, cosa lógica por otro lado, ya que, entre las numerosas prohibiciones que sufrían, una de ellas era la de poder alistarse en las fuerzas armadas. Primeramente fueron deportados al ghetto polaco de Lodz, el cual rápidamente empezó a dar serios problemas de superpoblación. Se hizo necesario reducir el número de habitantes y finalmente, en diciembre de 1941, los judíos considerados improductivos empezaron a ser llevados a unas “instalaciones especiales” en las afueras de Chelmno (también conocidas como Kulmhof am Ner), una casa de campo donde fueron obligados a desnudarse y bajar al sótano, desde donde fueron conducidos a empujones por unas rampas de madera hacia la parte trasera de un furgón, donde estaba conectada la salida de gases del tubo de escape. El monóxido de carbono hacía el resto del trabajo.

El Programa de Eutanasia para disminuidos psíquicos y físicos empezaba a aplicarse de manera sistemática para eliminar judíos, si bien la estrategia para el exterminio no fue totalmente definida hasta el 20 de Enero de 1942, pocas semanas después de que se declarase la guerra entre Estados Unidos y Japón. Ese día, en las afueras de Berlín, en una villa en el lago Wannsee se celebró una reunión presidida por Reinhard Heydrich entre altos dirigentes nazis con un único punto a tratar: Los judíos. El resultado fue una declaración de principios donde se establecía que todos los judíos bajo el control nazi tenían que morir, trabajando hasta la muerte por desgaste natural. El resto, los que no pudieran trabajar, debían de recibir un “tratamiento adecuado”.



Como consecuencia de la conferencia de Wannsee, 1942 fue el año más mortífero de toda la “Solución final Nazi al problema Judío”. La Operación Reinhard dio lugar a que nuevas instalaciones comenzaran a construirse, mientras otras (Auschwitz y el Campo de Majdanek) reformaban las suyas En los bosques de Polonia se construyeron los campos de exterminio de Belzec, Sobibór y Treblinka para exterminar a los judíos improductivos de las zonas cercanas. Eran de reducido tamaño, pues los que allí llegaban permanecían con vida solamente unas horas. Únicamente se precisaba de una zona para recepción de prisioneros y otra para las cámaras de gas y crematorios. En total, en ellos murieron 1,7 millones de personas (600.000 más que en toda la historia de Auschwitz). Si no son tan conocidos hoy en día es porque, mucho antes de que terminara la guerra, los nazis los destruyeron en un intento de borrar las huellas de su existencia. Actualmente, donde estuvieron, se pueden visitar los cementerios simbólicos y pequeños museos donde se recuerda la tragedia.

Mientras, a finales de marzo, en Auschwitz se dejó de emplear el crematorio del campo principal, usado principalmente para prisioneros soviéticos y enfermos, y se preparó provisionalmente una casa abandonada en los alrededores de Birkenau, a la que se llamó “La Casita Roja” o Bunker 1, con capacidad para 800 personas, donde se podía matar en secreto a los presos inútiles para el trabajo que llegaban deportados en vagones de carga. Poco después, con el Bunker 2, “la Casita Blanca”, con capacidad para mil doscientas personas, se empezó el proceso de exterminio.

Los prisioneros de guerra soviéticos dejaron de llegar a Auschwitz, pues fueron destinados a las fábricas de armamento alemanas. Los nazis empezaron buscar por Europa nuevas victimas: El gobierno católico de la vecina Eslovaquia prácticamente les incentivó para llevarse familias completas, unas 20.000 personas, pagaron 500 marcos por judío deportado a condición de que nunca regresaran ni nadie reclamara las posesiones que hubieran dejado atrás. La administración francesa también colaboró a la hora de aportar judíos, primero los no franceses, luego el resto, niños incluidos. Hacia el verano, también llegaban remesas desde Bélgica y los Países Bajos y poco después los judíos polacos que vivían en los ghettos, a los que había que “reasignar”.



El 4 de Julio de 1942 comenzaron los procesos de selección de prisioneros de los trenes que llegaban a Auschwitz: Los trenes de mercancías procedentes de distintos lugares de Europa llegaban a la estación (posteriormente se construyó un ramal de vías para que entrasen directamente en Birkenau) y los exhaustos judíos (muchos ya habían muerto de agotamiento en el camino) eran obligados a bajar y hacer dos filas, una de hombres y otra de mujeres y niños. De un rápido vistazo, los médicos de las SS seleccionaban a los que pudieran trabajar y los mandaban aparte. En otro grupo quedaban ancianos, enfermos, mujeres y niños, que eran enviados directamente a las cámaras de gas. Las mujeres jóvenes eran seleccionadas y enviadas al grupo de trabajo, a excepción de las que iban acompañadas de sus hijos, pues se había demostrado que las muestras de dolor que mostraban en el momento de separarlos no contribuían en nada a generar la atmósfera de “aparente tranquilidad” que los nazis querían crear sobre los prisioneros.



Los alemanes habían comprobado que buena parte del éxito del proceso de extermino residía precisamente en que los judíos entrasen dócilmente en las cámaras de gas. Para ello, se les engañaba diciendo que habían sido enviados allí para trabajar, y que tras una ducha para desinfectarlos, se les serviría un plato de sopa caliente y les conduciría con el resto de los recién llegados a los barracones. Una vez cerca de las cámaras de gas, mientras aguardaban turno, eran obligados a desnudarse, a dejar su ropa bien doblada y sus zapatos atados por los cordones, para no perderlos. Y a darse prisa, pues “el agua se estaba enfriado”.



Una vez dentro, las bolitas de Zyklon B eran introducidas desde el exterior por soldados provistos de marcaras de gas y comenzaba la muerte por asfixia, que solía durar entre 10 y 20 minutos. Cuando los gritos cesaban se abrían las puertas y los restos eran incinerados, no sin antes quitarles los dientes de oro que pudieran tener, explorar los orificios en busca de joyas y cortarles el pelo a las mujeres, pues el cabello era enviado a Alemania para hacer calcetines para la tropa y aislante para los cables de los submarinos.

Los nazis odiaban a los judíos, pero no a sus posesiones, si mucho antes les habían arrebatado sus hogares, ahora le tocaba el turno a las pertenencias que pudieran llevar consigo en el momento de su muerte. En una zona de Birkenau, cerca de las cámaras de gas, se habilitaron unos barracones que no tardarían en conocerse como “el Canadá”, pues se pensaba que aquel país era uno de los más prósperos del mundo. Allí, una selección de seiscientas mujeres reclusas trabajaban abriendo maletas, doblando ropa, clasificando gafas, prótesis ortopédicas, rebuscando joyas, objetos de valor y dinero. Todo era de utilidad para las arcas del III Reich.



También encontraban comida, que no dudaban en guardarse para ellas, junto con alguna prenda o algún objeto valioso con el que poder comerciar en el campo. Y no eran las únicas, los propios guardias de las S.S. rápidamente se dieron cuenta del enorme beneficio personal que podían sacar de las posesiones de los judíos y no tardaron en meter la mano en el cajón. La corrupción en Auscwhitz no tardaría en generalizarse.

Mientras, se iban creando nuevas instalaciones que se modificaban sobre la marcha para hacer más eficaz el proceso de exterminio. Finalmente, para el verano de 1943, en Birkenau se contaba con cuatro nuevas cámaras de gas con sus respectivos hornos-crematorio a pleno funcionamiento. La 2 y la 3 cerca del área de llegada del ferrocarril al campo y la 4 y la 5 cerca de las improvisadas cámaras originales, la “Casita Roja” y la Casita Blanca”. En total, contaban con la capacidad para matar aproximadamente a cuatro mil personas diarias y deshacerse eficientemente de sus restos.



En Auschwitz el proceso de exterminio se desarrollaba ya a niveles industriales, una gran fábrica de muerte en mitad del continente europeo.

Continúa en: Caída y liberación de Auschwitz.

2 comentarios:

  1. TE QUEDAS SIN PALABRAS; NO PUEDO CREER QUE ESTOS NAZIS TUVIERAN ESE ODIO,MALDAD, NO TIENE CALIFICACION NO SABES COMO DESCRIBIR ESTO PARA ALGUIEN NORMAL ESTO SERIA IMPENSABLE,
    MIRAS PELICULAS, FOTOS Y QUEDAS CON LA BOCA ABIERTA TE ESPANTA.

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  2. Lo peor de todo esto es que fueron personas como nosotros las que cometieron esos crimenes, solo unos pocos decidieron no hacerlo aun a costa de su propia vida si eran descubiertos, asi que no "vale" lo que declararon posteriormente algunos: "eramos soldados cumpliendo ordenes", puesto que hubo soldados que no las cumplieron, y es mas ayudaron a las personas que pudieron.

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